La Biblia probada y comprobada, Charles Spurgeon. Parte II

La Biblia probada y comprobada, Charles Spurgeon. Parte II

Por otro lado, quienes se deleitan con la predicación de deberes, pero no le dan importancia a las doctrinas de la gracia, están igualmente equivocados. Ellos dicen, «Valió la pena escuchar ese sermón, pues tiene que ver con la vida diaria.» Me agrada mucho que piensen así; pero si, al mismo tiempo, rechazan otras enseñanzas del Señor, tienen serias fallas. Jesús dijo: «El que es de Dios, las palabras de Dios oye.» Me temo que si consideran que una porción de las palabras del Señor son indignas de su consideración, no son de Dios. Amados hermanos, nosotros valoramos las palabras del Señor en toda su extensión. No hacemos de lado las historias, como tampoco las promesas.

«Voy a leer las historias de Tu amor,
Y guardar Tus leyes a la vista,
En tanto voy a recorrer todas las promesas
Con un deleite siempre lleno de frescura.»

Sobre todo, no caigan en la semiblasfemia de algunos, que consideran al Nuevo Testamento grandemente superior al Antiguo. No quisiera errar afirmando que en el Antiguo Testamento encuentran más lingotes de oro que en el Nuevo, pues de esa manera caería yo mismo en el mal que condeno; pero esto diré: que son de igual autoridad, y que proyectan tal luz el uno al otro, que no podríamos pasar por alto a ninguno de los dos. «Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.» En todo el Libro, desde Génesis hasta Apocalipsis, se encuentran las palabras de Jehová y siempre son palabras limpias.

Tampoco es correcto que alguien diga: «Así habló el propio Cristo; pero tal y tal enseñanza es de Pablo.» No, no es de Pablo; si está registrada aquí, es del Espíritu Santo. Ya sea que el Espíritu Santo haya hablado por Isaías, o Jeremías, o Juan, o Santiago, o Pablo, la autoridad es siempre la misma. Aun en lo relativo a Jesucristo nuestro Señor, esto es cierto; pues Él dice de Sí mismo: «la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.» En este asunto Él se pone al nivel de otros que actuaron como la boca de Dios. Además dice: «Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.»

Nosotros aceptamos las palabras de los apóstoles como palabras del Señor, recordando lo que dijo Juan: «Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error.» (1 Juan 4: 6). Así, un juicio solemne es pronunciado sobre quienes quieren poner el Espíritu de Jesús contra el Espíritu que habitó en los apóstoles. Las palabras del Señor no se ven afectadas en su valor por el medio a través del cual vinieron. Toda la verdad revelada es de la misma calidad, aun cuando algunas de sus porciones no tienen el mismo peso metálico.

Guiándonos por el texto, a continuación observamos la pureza de las palabras del Señor: «Las palabras de Jehová son palabras limpias.» En el comercio hay diferentes tipos de plata, como todos ustedes saben: plata impura y plata libre de metales inferiores. La Palabra de Dios es plata sin escoria; es como plata que ha sido purificada siete veces en un crisol de tierra en el horno, hasta haberla despojado de toda partícula sin valor: es plata absolutamente limpia. Jesús dijo: «Tu palabra es verdad.»

Es verdad revestida de bondad, sin mezcla de mal. Los mandamientos del Señor son justos y rectos. Hemos escuchado ocasionalmente a algunos oponentes que censuran ciertas expresiones toscas utilizadas en la traducción que poseemos del Antiguo Testamento; pero la tosquedad de los traductores no debe atribuirse al Espíritu Santo, sino al hecho que la fuerza del idioma inglés ha cambiado, y algunas expresiones que eran muy usadas en un determinado período, se volvieron demasiado groseras en otros períodos. Sin embargo, voy a afirmar esto: que nunca he conocido a una sola persona a quien las palabras de Dios, por sí mismas, le hayan sugerido algo malo. He escuchado que se han dicho muchísimas cosas terribles, pero nunca me he encontrado con ningún caso en el que alguien haya sido conducido a pecar por un pasaje de la Escritura.

Las perversiones son posibles y probables; pero el Libro mismo es eminentemente puro. Se dan detalles de actos de criminalidad crasa, pero no dejan en la mente una huella que lesiona. La más triste historia de la Santa Escritura es un faro, y nunca un señuelo. Este es el Libro más limpio, más claro, más puro, que existe entre los hombres; es más, no se debe listar conjuntamente con los fabulosos registros que pasan por libros santos. Viene de Dios y cada palabra es limpia.

Es también un libro puro en el sentido de verdad, siendo sin mezcla de error. No dudo en decir que yo creo que no hay ningún error en el original de las Santas Escrituras, de principio a fin. Puede haber, y hay, errores en las traducciones, pues los traductores no son inspirados; pero inclusive los hechos históricos son correctos. La duda ha sido arrojada sobre ellos aquí y allá, y algunas veces con gran despliegue de razón: duda que ha sido imposible responder por algún tiempo; pero tan solo den suficiente espacio, y suficiente investigación, y las piedras sepultadas en la tierra gritarán para confirmar cada letra de la Escritura.

Viejos manuscritos, monedas, e inscripciones, están del lado del Libro, y contra él no hay nada sino sólo teorías, y el hecho que muchos eventos en la historia no tienen otro registro sino el que la propia Biblia nos suministra. El Libro ha estado recientemente en el horno de la crítica; pero mucho de ese horno se ha enfriado debido a que la crítica misma es despreciada. «Las palabras de Jehová son palabras limpias»: no hay ningún error de ningún tipo en toda su extensión. Estas palabras provienen de Aquél que no puede cometer errores, y que no puede tener el deseo de engañar a Sus criaturas.

Si yo no creyera en la infalibilidad del Libro, preferiría no contar con él. Si yo fuera a juzgar el Libro, él no sería mi juez. Si fuera a tamizarlo, como el cúmulo de granos que van a ser trillados, e hiciera esto a un lado y únicamente aceptara aquello, de conformidad a mi propio juicio, entonces no tendría ninguna guía, a menos que fuera lo suficientemente arrogante para confiar en mi propio corazón.

La nueva teoría le niega infalibilidad a las palabras de Dios, pero prácticamente se la concede a los juicios de los hombres; por lo menos, esta es toda la infalibilidad que pueden concebir. Yo protesto que prefiero arriesgar mi alma con una guía inspirada del cielo, que con líderes que altercan y que se levantan de la tierra al llamado del «pensamiento moderno.»

Además, este Libro es puro en el sentido de confiabilidad: no tiene en sus promesas ninguna mezcla de fallas. Observen esto. Ninguna predicción de la Escritura ha fallado. Ninguna promesa que Dios haya dado, resultará ser mera palabrería. «El dijo, ¿y no hará?» Tomen la promesa como el Señor la dio, y la encontrarán fiel a cada jota y tilde de ella. Algunos de nosotros no tenemos el derecho de ser llamados «viejos y de cabellos canos,» aunque las canas son bastante conspicuas en nuestras cabezas; pero hasta este punto hemos creído en las promesas de Dios, y las hemos probado y comprobado; y ¿cuál es nuestro veredicto? Yo doy solemne testimonio que no he visto una sola palabra del Señor caer a tierra.

El cumplimiento de una promesa ha sido algunas veces demorado más allá del período que mi impaciencia hubiese deseado; pero la promesa se ha cumplido en el momento preciso, no únicamente al oído, sino también en obra y en verdad. Tú puedes apoyar todo tu peso sobre cualquiera de las palabras de Dios, y te sostendrán. En tu hora más oscura puedes estar desprovisto de velas pero cuentas con una sola promesa, y sin embargo esa luz solitaria convertirá tu medianoche en un brillante mediodía. Gloria sea dada a Su nombre, las palabras del Señor son sin mal, sin error, y sin fallas.

Además, bajo este primer encabezado, el texto no habla únicamente del carácter uniforme de las palabras de Dios, y de su pureza, sino de su preciosidad. David las compara con plata refinada, y la plata es un metal precioso: en otros lugares ha comparado estas palabras con oro puro. Las palabras del Señor pudieran haber parecido comparables al papel moneda, tales como nuestros cheques; pero no, son el metal mismo. Yo recuerdo la época cuando un amigo nuestro solía ir a los condados occidentales, de una finca a la otra, para comprar queso, y tenía el hábito de cargar con muchas monedas, pues había descubierto que los granjeros de ese período no aceptaban cheques, y ni siquiera querían mirarlos; pero estaban más prestos a vender cuando veían que se les iba a pagar en metálico, hasta el último centavo.

En las palabras de Dios tienes el sólido dinero de la verdad: no es ficción, sino la sustancia de la verdad. Las palabras de Dios son como lingotes de oro. Cuando las tienes empuñadas por la fe, tienes la sustancia de las cosas esperadas. La fe encuentra en la promesa de Dios la realidad de lo que busca: la promesa de Dios es tan buena como su propio cumplimiento. Las palabras de Dios, ya sean de doctrina, o de práctica, o de consuelo, son de metal sólido para el hombre de Dios que sabe cómo ponerlas en el bolso de fe personal.

De la misma manera que nosotros usamos la plata en muchos artículos en nuestros hogares, así usamos la Palabra de Dios en la vida diaria; tiene mil usos. De la manera que la plata es la moneda corriente del comerciante, así son las promesas de Dios moneda corriente tanto para el cielo como en la tierra: nosotros tratamos con Dios por Sus promesas, y así trata Él con nosotros.

Como los hombres y las mujeres se engalanan con plata a manera de ornamento, así son las palabras del Señor nuestras joyas y nuestra gloria. Las promesas son cosas bellas que son un gozo para siempre. Cuando amamos la Palabra de Dios, y la guardamos, la belleza de la santidad está en nosotros. Ésta es verdadero ornamento del carácter y de la vida, y la recibimos como un don de amor del Esposo de nuestras almas.

Amados hermanos, no necesito engrandecer en su presencia la preciosidad de la Palabra de Dios. Muchos de ustedes la han valorado por largo tiempo, y han probado su valor. He leído acerca de una mujer cristiana alemana que estaba acostumbrada a marcar su Biblia siempre que encontraba un pasaje que era especialmente precioso para ella; pero acercándose al final de su vida, dejó de hacerlo, pues dijo: «lo encuentro innecesario; pues la Escritura entera se ha convertido ahora en algo muy precioso para mí.» Para algunos de nosotros el inapreciable volumen está marcado de principio a fin por nuestra experiencia. Es todo precioso, totalmente precioso.

«No hay tesoros que enriquezcan así la mente,
Ni Tu palabra será vendida
Por cargamentos de plata bien refinada,
Ni por montones del oro más escogido.»

Además, este texto nos presenta, no solamente la pureza y la preciosidad de las palabras del Señor, sino la permanencia de ellas. Son como plata que ha soportado los fuegos más hirvientes. Verdaderamente, la Palabra de Dios ha aguantado el fuego por largas edades; y fuego aplicado en sus formas más fieras: «refinada en horno de tierra,» es decir, en ese horno que los refinadores consideran como su último recurso. Si el diablo hubiera podido destruir la Biblia, habría traído los más hirvientes carbones del centro del infierno. Él no ha sido capaz de destruir una sola línea. El fuego, de acuerdo al texto, era aplicado de una manera muy diestra: la plata era colocada en un crisol de tierra, para que el fuego pudiera alcanzarla completamente. El refinador está muy seguro de emplear su calor de la mejor manera conocida para él, con el objeto de derretir la escoria; de igual manera, hombres con habilidad diabólica se esfuerzan por destruir las palabras de Dios, mediante la más astuta censura. Su objetivo no es la purificación; es la pureza de la Escritura lo que les fastidia, y tienen por objetivo destruir el testimonio divino. Su labor es en vano; pues el Libro sagrado todavía permanece como siempre fue, las palabras limpias del Señor; pero algunas de nuestras falsas concepciones de su significado han perecido felizmente en los fuegos.

Las palabras del Señor han sido probadas frecuentemente, ay, y han sido probadas perfectamente: «Purificada siete veces.» Cuánto falta todavía, no puedo adivinarlo, pero ciertamente los procesos han sido ya muchos y severos. Pero permanece sin cambios. El consuelo de nuestros padres es nuestro consuelo. Las palabras que alentaron nuestra juventud son nuestro apoyo en la edad adulta. «Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.»

Estas palabras de Dios son un cimiento firme, y nuestras esperanzas eternas están sabiamente construidas sobre él. No podemos permitir que nadie nos despoje de esta base de esperanza. En tiempos antiguos los hombres eran quemados antes que dejaran de leer sus Biblias; nosotros soportamos oposiciones menos brutales, pero que son bastante más sutiles y difíciles de resistir. Dejémonos guiar siempre por esas palabras eternas, porque ellas siempre estarán con nosotros.

Las palabras del Siempre Bendito son sin cambio e incambiables. Son como plata sin escoria, que continuará de edad en edad. Esto es lo que creemos, y en esto nos regocijamos. Y no es una carga sobre nuestra fe creer en la permanencia de la Santa Escritura, pues estas palabras fueron habladas por quien es Omnisciente, y lo sabe todo; por tanto no puede haber error en ellas. Fueron habladas por quien es Omnipotente, y puede hacerlo todo; y por tanto, Sus palabras se cumplirán. Fueron habladas por quien es Inmutable, y por tanto estas palabras no sufrirán nunca alteración alguna. Las palabras que Dios habló hace miles de años son verdaderas a esta hora, pues provienen de quien es el mismo ayer, hoy y para siempre. Quien habló estas palabras es infalible, y por tanto las palabras son infalibles. ¿Cuándo erró Él alguna vez? ¿Podría cometer errores y sin embargo ser Dios? «El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?» Estén seguros de esto: «Las palabras de Jehová son palabras limpias.»

Pero el tiempo me presiona para pasar al siguiente punto.

II. En segundo lugar, y muy cuidadosamente, consideremos LAS PRUEBAS DE LAS PALABRAS DE DIOS.

Se dice que son como plata, que ha sido refinada en un horno. Las palabras de Dios han sido probadas por la blasfemia, por el ridículo, por la persecución, por la crítica, y por observaciones ingenuas. No intentaré elevarme en oratoria al describir las pruebas históricas del precioso metal de la revelación divina, pero mencionaré pruebas de un orden común que he observado, y que probablemente ustedes también han visto. Esto tal vez sea más simple, pero será más edificante. ¡Que el Señor nos ayude!

Al tratar con la obstinación del pecador, hemos probado las palabras del Señor. Hay hombres que no pueden ser convencidos ni persuadidos; dudan de todo, y apretando los dientes, resuelven no creer, aunque alguien les declare esas palabras. Están encerrados en la armadura del prejuicio, y no pueden ser heridos ni siquiera con las más agudas flechas del argumento, aunque profesen gran apertura hacia la convicción. ¿Qué se va a hacer con el numeroso clan relacionado con el señor Obstinado? Podrías muy bien argumentar con un tren expreso que con el señor Obstinado: él continúa, y no se detiene, aunque miles se interpongan en su camino. ¿Lo convencerán las palabras de Dios?

Hay algunas personas aquí, de quienes yo habría dicho, si los hubiera conocido antes de su conversión, que era una tarea vana predicarles el Evangelio; amaban tanto el pecado, y despreciaban completamente las cosas de Dios. Extrañamente, fueron de los primeros en recibir la Palabra de Dios cuando escucharon su sonido. Vino a ellos en su original majestad, en el poder del Espíritu Santo; habló con un tono de mando a lo más íntimo de sus corazones; abrió de par en par las puertas que habían estado cerradas por largo tiempo, aherrumbradas en sus goznes, y Jesús entró para salvar y reinar. Éstos, que habían blandido desafiantemente sus armas, las arrojaron al suelo y se rindieron incondicionalmente al amor todopoderoso, dispuestos creyentes en el Señor Jesús.

Hermanos, sólo debemos tener fe en la Palabra de Dios, y predicarla con claridad y precisión, y veremos cómo se someten los rebeldes orgullosos. Ninguna mente está tan desesperadamente posada en la maldad, tan resueltamente opuesta a Cristo, que no pueda ser llevada a inclinarse ante el poder de las palabras de Dios. ¡Oh, que nosotros usáramos más la desnuda espada del Espíritu! Me temo que mantenemos esta espada de dos filos en una funda, y de alguna manera nos enorgullecemos porque la vaina está elaboradamente adornada. ¿Para qué sirve la vaina? La espada debe desenvainarse, y debemos pelear con ella, sin que intentemos guarnecerla. Proclamen las palabras de Dios. No omitan ni los terrores del Sinaí, ni las notas de amor del Calvario. Expongan la palabra con toda fidelidad, según su conocimiento, y clamen por el poder del Altísimo, y el más obstinado pecador fuera del infierno será rendido por su medio.

El Espíritu Santo usa la palabra de Dios: éste es Su único ariete con el cual derriba las fortalezas del pecado y del yo en aquellos corazones con los que trata eficazmente. La Palabra de Dios soportará las pruebas que le presente la dureza del corazón natural, y demostrará su origen divino por medio de sus operaciones.

Aquí comienza otra prueba. Cuando un hombre está lo suficientemente quebrantado, sólo ha recorrido una parte del camino. Una nueva dificultad se levanta. ¿Se sobrepondrán las palabras del Señor a la desesperación del penitente? El hombre se encuentra lleno de terror a causa del pecado, y el infierno ha comenzado a arder dentro de su pecho. Pueden hablarle con amor, pero su alma se rehúsa a ser consolada, hasta que le presentes las palabras del Señor para que se enfrente a ellas, «Su alma abominó todo alimento.» Háblale de un Salvador agonizante; quédate por un rato en el tema de la gracia inmerecida y el perdón total; háblale del recibimiento del hijo pródigo, y del amor inmutable del Padre. Asistido por el poder del Espíritu, estas verdades deben traer luz a quienes están sentados en tinieblas.

Las peores formas de depresión son curadas cuando se cree en la Santa Escritura. A menudo me he quedado desconcertado, cuando estoy bregando con un alma convicta de pecado, incapaz de ver a Jesús; pero nunca he albergado ninguna duda que al fin, las palabras del Señor se convertirán en una copa de consolación para el corazón desfallecido. Podemos estar desconcertados por un tiempo, pero con las palabras del Señor como nuestras armas, el Gigante Desesperación no nos va a derrotar.

Oh, ustedes que están en servidumbre bajo el temor del castigo, ustedes alcanzarán la libertad: sus cadenas se romperán, si aceptan las palabras de Dios. La palabra de mi Señor puede abrir ampliamente las puertas de la prisión: Él ha roto las puertas de bronce, y ha despedazado las barras de hierro.

Debe ser una palabra maravillosa esa que, como un hacha de combate, aplasta el yelmo de la presunción, y al mismo tiempo, como dedo de amor, toca la delicada herida sangrante y la sana al instante. Las palabras del Señor, tanto para quebrantar como para exaltar, son igualmente efectivas.

En ciertas instancias, las palabras de Dios son probadas por la particularidad del que busca. ¡Cuán frecuentemente algunas personas nos han dicho que estaban seguras que no había nadie como ellas en todo el mundo! Eran hombres acorralados; peces extraños que ningún mar podría contener. Ahora, si estas palabras son ciertamente de Dios, serán capaces de tocar cualquier caso; de otra manera no. Las palabras de Dios han sido sometidas a esa prueba, y estamos sorprendidos por su adaptación universal. Siempre hay un texto que se puede aplicar a cada caso, aunque sea notable y excepcional. En algunas instancias, hemos oído acerca de un texto extraño, relativo al cual no podíamos ver antes por qué había sido escrito; sin embargo, tiene evidentemente una adecuación para alguna persona en particular, a quien ha venido con divina autoridad.

La Biblia puede ser comparada con el manojo de llaves de un cerrajero. Las utiliza una a una, y dice de alguna: «¡Esta es una llave extraña, ciertamente no se adecuará a ninguna cerradura existente!» Pero algún día el cerrajero será llamado para abrir una cerradura muy peculiar. Ninguna de sus llaves funciona. Finalmente elige ese espécimen singular. ¡Vean! Entra en la ranura, quita el cerrojo y permite el acceso al tesoro. Está demostrado que las palabras de este libro son las palabras de Dios, porque tienen una adaptación infinita a las diversas mentes que el Señor ha creado. ¡Con qué colección de llaves contamos aquí el día de hoy! No les podría describir todas las que hay: Bramah y Chubb, y todos los demás, no podrían haber diseñado tal variedad: sin embargo, yo estoy seguro que en este volumen inspirado, hay una llave que en todos sentidos es adecuada para cada cerradura.

Personalmente, cuando he tenido problemas, he leído la Biblia hasta que algún texto me ha parecido que sobresale del Libro, y me saluda, diciendo: «Fui escrito especialmente para ti.» Me ha mirado como si la historia hubiera estado en la mente del escritor cuando escribió ese pasaje; y en efecto estaba en la mente de ese Autor divino que está detrás de todas estas páginas inspiradas. Así, las palabras del Señor han aguantado la prueba de adaptación a las singularidades de los hombres como individuos.

Frecuentemente nos encontramos con gente de Dios que han probado las palabras de Dios en tiempos de tremendas aflicciones. Hago aquí una apelación a la experiencia del pueblo de Dios. Has perdido al hijo amado. ¿Acaso no hubo una palabra del Señor para alentarte? Perdiste tu propiedad: ¿Acaso no hubo un pasaje de las Escrituras que te permitió enfrentar el desastre? Has sido calumniado: ¿no hubo una palabra para consolarte? Estabas enfermo y al mismo tiempo deprimido; ¿No te proveyó el Señor de consuelo en esas circunstancias? No voy a multiplicar las preguntas: el hecho es que nunca estuviste arriba sin que la Palabra de Dios no estuviera allí contigo; y nunca estuviste abajo, sin que la Escritura no estuviera allí contigo.

Ningún hijo de Dios se encontró alguna vez en una zanja, un hoyo, una cueva o un abismo, sin que las palabras de Dios no lo encontraran. ¡Cuán a menudo las promesas llenas de gracia están emboscadas para sorprendernos con sus misericordias! Yo adoro la infinitud de la bondad de Dios, según la veo reflejada en el espejo de la Escritura.

Además, la Palabra de Dios está probada y comprobada como una guía en la perplejidad. ¿No nos hemos visto forzados, algunas veces, a hacer una pausa y decir: «No sé qué pensar de esto»? «¿Cuál es la opción adecuada?» Este libro es un oráculo para el hombre de sencillo corazón en su perplejidad mental, moral y espiritual. ¡Oh, que lo usáramos más! Tengan por seguro que nunca se encontrarán en medio de un laberinto tan complicado de donde este libro, bendecido por el Espíritu, no pueda ayudarles a salir. Esta es la brújula para todos los marineros que navegan en el mar de la vida: usándola sabrán dónde se encuentra el polo. Guíense por las palabras del Señor, y tendrán libre el camino.

Amados, las palabras de Dios aguantan otra prueba; son nuestra defensa en los tiempos de tentación. Tú puedes escribir un libro que ayude a un hombre cuando es tentado en una cierta dirección; ¿acaso el mismo volumen lo fortalecerá cuando es atraído en la dirección opuesta? ¿Pueden concebir un libro que se constituya en una valla alrededor, rodeando al hombre en todas direcciones? ¿Qué lo guarde de aquel abismo, y del golfo que está al otro lado? Sin embargo, así es este Libro.

El propio diablo no puede inventar una tentación que no pueda enfrentarse con estas páginas; y todos los diablos juntos que están en el infierno, si sostuvieran un congreso, y llamaran en su ayuda a todos los hombres perversos, no podrían inventar un ardid que no se pudiera enfrentar con esta biblioteca de verdad sin par. Alcanza al creyente en cada condición y posición, y lo preserva de todo mal. «¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.»

Finalmente, sobre este punto, aquí encontramos una grandiosa prueba del Libro: ayuda a los hombres en su muerte. ¡Créanme, morir no es un juego de niños! Ustedes y yo nos encontraremos en esa solemne situación antes de que nos demos cuenta, y entonces necesitaremos un poderoso consuelo. Nada en la tierra me da tanto cimiento en la fe, como visitar a miembros de esta iglesia cuando están en el umbral de la muerte. Es muy triste ver cómo se consumen o cómo los tortura el dolor; sin embargo, el principal efecto que se produce en el visitante es más bien alegre que triste.

Esta semana he visto a una hermana muy conocida por muchos de ustedes, que sufre de cáncer en la cara, y puede, muy probablemente, estar muy pronto con su Señor. Es una aflicción terrible, y uno no sabe qué puede implicar todavía; pero esa paciente llena de gracia, ni murmura ni siente temor. Nadie en este lugar, aunque goce de perfecta salud, podría estar más calmado, más tranquilo, que nuestra hermana. Ella me dijo con plena confianza, que viva o muerta ella le pertenece al Señor, y que tenía radiantes anhelos de estar para siempre con el Señor. Lo poco que podía decir con su voz era complementado con toda la abundancia que expresaba con sus ojos, y con todo su comportamiento. Allí no había ni excitación, ni fanatismo, ni acción alguna de medicinas en el cerebro; lo que había era una quieta esperanza del gozo eterno, dulcemente razonable y segura.

Hermanos, no es difícil salir de este mundo cuando descansamos en ese viejo y seguro Evangelio que les he predicado durante todos estos años. Personalmente, yo puedo ya sea vivir o morir en estas eternas verdades que les he proclamado; y esta seguridad me da valentía cuando predico.

No hace mucho tiempo, estaba sentado junto a un hermano que se acercaba a su fin. Yo le pregunté: «¿No tienes miedo a la muerte?» Él me respondió con alegría: «Me avergonzaría de mí mismo si lo tuviera, después de todo lo que he aprendido de tus labios acerca del Evangelio glorioso durante todos estos años. Es un gozo partir y estar con Cristo, lo que es mucho mejor.» Ahora, si este volumen inspirado, con todo su maravilloso registro de las palabras de Dios, nos ayuda en las pruebas de la vida, nos dirige en nuestro diario caminar, y nos capacita para sortear la última gran tormenta, ciertamente es precioso más allá de toda descripción, «Como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces.»

III. Ahora, en tercer lugar, ¿QUÉ EXIGEN ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR?

Las exigencias de estas palabras son muchas. Primero, merecen ser estudiadas. Amados, ¿puedo suplicarles que escudriñen constantemente la Escritura inspirada? Tú dices: ¡Aquí tengo la última novela que ha salido! ¿Qué debo hacer con ella? Tírala al piso. ¡Aquí tengo otra pieza de ficción que se ha vuelto sumamente popular! ¿Qué haré con ella? Hazla a un lado o déjala caer entre las barras de la parrilla. Este sagrado volumen es la más reciente de las novelas. Para algunos de ustedes será un libro enteramente nuevo.

Nosotros contamos con un grupo que suministra Biblias a lectores, pero necesitamos en gran medida lectores de la Biblia. Lamento que inclusive entre algunas personas que llevan el nombre de cristianos, la Santa Escritura es el libro menos leído de sus bibliotecas. Alguien preguntó acerca de un predicador, el otro día, «¿Cómo mantiene su congregación? ¿Le da siempre a la gente algo nuevo?» «Sí,» le respondió otro, «él les da el Evangelio; y en estos días, eso es lo más nuevo que ha salido.» Ciertamente así es; el viejo, viejo Evangelio es algo nuevo siempre. La doctrina moderna es únicamente nueva de nombre; no es nada, después de todo, sino una mezcla confusa de rancias herejías y de especulaciones enmohecidas.

Si el Señor ha registrado Sus palabras en un Libro, escudriñen sus páginas con un corazón creyente. Si no lo aceptan como la palabra inspirada de Dios, no puedo invitarlos a prestarle una atención particular; pero si lo consideran como el Libro de Dios, los exhorto, así como voy a encontrarlos en el trono de juicio de Cristo, para que estudien la Biblia diariamente. No traten al Eterno Dios sin el debido respeto, sino que más bien deléitense en Su Palabra.

¿La leen? Entonces crean en ella. ¡Oh, anhelen creer intensamente en cada palabra que Dios ha hablado! No la consideren como un credo muerto, sino dejen que los sostenga con su mano todopoderosa. No sostengan ninguna controversia con alguna de las palabras del Señor. Crean sin ninguna mezcla de duda. Al hermano del famoso Unitario, el doctor Priestly, se le permitió predicar en lugar de su hermano, en su capilla de Birmingham; pero se le solicitó que no eligiera ningún tema controversial. Él obedeció al pie de la letra sus instrucciones, pero fue rebelde contra su espíritu, viendo que adoptó por su texto: «E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne.»

Ciertamente no hay ninguna controversia entre los hombres espirituales en relación a la gloriosa verdad de la encarnación de nuestro Señor Jesús. Así también, todas las palabras del Señor están fuera de la región de debate: para nosotros son certezas absolutas. Mientras una doctrina no se convierta en certeza absoluta para un hombre, nunca podrá conocer su dulzura: la verdad tiene poca influencia en el alma mientras no sea creída con plenitud.

A continuación, obedezcan al Libro. Háganlo con libertad, háganlo de todo corazón, háganlo constantemente. No se aparten del mandamiento de Dios. ¡Que el Señor los haga perfectos en toda buena obra, para hacer Su voluntad! «Haced todo lo que os dijere.» Ustedes que son inconversos, obedezcan la palabra del Evangelio: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo.» El arrepentimiento y la fe son a la vez los mandamientos y los dones de Dios; no los descuides.

Además, estas palabras de Dios deben ser preservadas. No renuncien a una sola línea de la revelación de Dios. Tal vez no sepan la particular importancia del texto asediado, pero no les corresponde a ustedes valorar el valor proporcional de las palabras de Dios: si el Señor ha hablado, estén preparados a morir por lo que Él ha dicho. A menudo me he preguntado si, de acuerdo a los conceptos de algunas personas, hay alguna verdad por la que vale la pena que un hombre muera en la hoguera. Yo diría que no; pues no estamos seguros de nada, de acuerdo a los conceptos modernos. ¿Valdría la pena morir por una doctrina que puede ser mentira la siguiente semana? Los descubrimientos recientes pueden mostrar que hemos sido víctimas de una opinión anticuada: ¿No sería mejor que esperáramos para ver qué pasa? Sería una desgracia morir en la hoguera demasiado pronto, o quedar preso por un dogma que, en pocos años, será reemplazado.

Hermanos, no podemos soportar esta teología voluble. ¡Que Dios nos envíe una raza de hombres que tenga firmeza! Hombres que crean en algo, y que estén dispuestos a morir por sus creencias. Este Libro merece el sacrificio de todo nuestro ser, para mantener cada una de sus líneas.

Creyendo y defendiendo la Palabra de Dios, entonces proclamémosla. Salgan esta tarde, en este primer domingo de verano, y prediquen en la calle las palabras de vida. Vayan a alguna reunión en alguna casa, o a un taller, o algún albergue, y declaren las palabras divinas. «La verdad es poderosa y prevalecerá,» afirman: pero no prevalecerá si no se da conocer. La propia Biblia no obra maravillas a menos que sus verdades sean publicadas por doquier. Prediquen entre los paganos que el Señor reina desde el madero. Prediquen en medio de las multitudes que el Hijo de Dios ha venido para salvar a los perdidos, y que cualquiera que crea en Él tendrá vida eterna. Hagan saber a todos los hombres que «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» Esto no se llevó a cabo en un rincón: no lo guarden como un secreto. Vayan ustedes por todo el mundo, y prediquen el Evangelio a toda criatura; y ¡que el Señor los bendiga! Amén.

Porciones de la Escritura leídas antes del sermón: Salmo 12 y Salmo 119: 137-152.

Fuente: www.spurgeon.com.mx