Susana creció en un ambiente piadoso; su papá, fue un hombre muy usado por Dios. Ella fue la mayor de 25 hermanos. Se la describe con un carácter de benignidad, gozo, disciplina, y sobriedad. Estudiaba con ahínco y aprendió griego, latín y francés cuando aun era joven. Sus libros de estudio fueron la Biblia, libros de teología y los escritos de la Iglesia primitiva.
Se la llama «la madre del metodismo» debido a los métodos que empleaba en la crianza de sus hijos para hacer de ellos hombres de bien, y hombres de Dios. Dedicaba dos horas por día (una a la mañana y otra a la tarde) para estar a solas con Dios. Fue una mujer de oración, que oraba y meditaba y además llevaba su fe a la vida cotidiana. Fue madre de 19 hijos (ocho de los cuales murieron infantes). Su vida no fue fácil. Su presencia y su personalidad firme, su educación, su capacidad organizativa, sus métodos, fueron claves en la crianza de los hijos y en el ambiente hogareño. Tenía un propósito definido.
Dispuso métodos prácticos por los cuales logró una vida ordenada. Ella conocía bien las ventajas del orden y la disciplina, de modo que plasmó esa disciplina sistemática en la vida de sus hijos. Se esforzó en formar buenos hábitos en sus hijos. Dispuso el tiempo para dormir, para comer, para descansar, para levantarse etc. (incluso desde bebés). Era puntual en sus actividades y quehaceres, y aun ante los imprevistos mantenía el orden en su hogar. Eso transmitía una impactante seguridad a los niños. Susana siguió implementando sus métodos con sabiduría y sin desviarse, sabiendo que sus efectos serían de gran provecho para ellos.
Educó a sus hijos para controlar sus apetitos y deseos de modo que estos no gobernaran sus vidas. Participaban del culto familiar, y la oración. «Me esfuerzo por capturar la voluntad de un hijo desde su temprana edad y trato de cuidarla hasta que el niño la entregue a Dios. Este es el único, fuerte y razonable cimiento de una educación, sin la cual, ningún precepto ni ejemplo tendrá efectos», decía. Enseñó metódicamente a sus hijos, y dedicó seis horas diarias durante veinte años con ese fin. Cantaban y usaban la Biblia como libro de texto. No solo era una enseñanza académica: «Hay muy pocas personas que dedicarían los mejores veinte años de su vida para salvar las almas de sus hijos.», escribió a su hijo Juan. Ella escribió tres libros: A Manual of Natural Theory (Un manual de teoría natural), An Exposition of the Apostles’ Creed (Una explicación del credo apostólico) y An Exposition of the Ten Commandments (Una explicación de los diez mandamientos).
Se abocó a edificar en sus hijos un carácter piadoso. La enseñanza metódica de Susana no solo educó a sus hijos sino que los formó como verdaderos cristianos. Ella ejerció un sabio equilibrio entre la disciplina y el amor. Permitía los juegos, las risas y el bullicio de los niños como es normal, pero les enseñó la importancia de tiempos de quietud, de oración, de estudio y de trabajo. Fue una madre muy cariñosa, y sus vecinos testificaban que su hogar se destacaba por el amor. Cultivar las huertas, cuidar los animales, ordeñar las vacas, sembrar, y otras tareas similares constituían buenos hábitos y eran además lecciones objetivas para sus hijos. Todos sus hijos al morir estaban “en el Señor”. Juan sobresalió en la organización y administración de las iglesias metodistas. Carlos,aunque también predicaba, se destacó escribiendo himnos.
Muchos historiadores sostienen que «Susana Wesley es la madre de la iglesia metodista». Los críticos consideraban que había muchos métodos en la forma de vida de Juan, Carlos y sus amigos, de modo que los llamaron “metodistas”. Pero ellos solo implementaban y transmitían los principios y métodos de enseñanza que aprendieron de su madre. Al estudiar el movimiento metodista, observamos el impacto que Susana tuvo en sus hijos. Su consagración, la disciplina y el orden, el amor, sus devocionales privados (sus tiempos de estar a solas con Dios), el aborrecer lo malo, su enseñanza metódica de las verdades de la fe, y el tiempo dedicado a su hijos dieron un fruto que sigue creciendo hasta el día de hoy.
Si tu prioridad dada por Dios es el transmitir la verdad de la Palabra a tus hijos, y formar un carácter cristiano en ellos, recuerda que al hacerlo estás bendiciendo a las próximas generaciones. Transmites vida espiritual a una sociedad que está desesperada y necesitada del amor de nuestro Dios. ¡Tu esfuerzo vale la pena y resultará en mucho bien!