Cierto comerciante, había tenido mucho éxito en los negocios, hallándose en buena posición. Su madre, mujer piadosa, le había enseñado con fidelidad las verdades de la santa Palabra de Dios. Más, al llegar la virilidad y separarse de su hogar, se asoció con personas que desmentían la verdad de las Escrituras, es decir, incrédulos. Adoptó sus ideas y llegó a ser uno de ellos. Ya no iba a la Iglesia y, en su hogar no había lugar para la Biblia.
Su único hijito Teodoro, era muy inteligente y amado.
«Una tarde», relata él mismo, «cuando regresó a casa, Teodoro hallábase recostado en la cama medio desvestido. Mi esposa y yo, nos encontrábamos en la habitación contigua, al calor del fuego. Me había estado contando precisamente como nuestro niño se había conducido mal, ese día y que había tenido que castigarlo».
«El silencio que continuó fue interrumpido por el llanto en voz alta de Teodoro. Fui a verle y le pregunté que le pasaba».
«No quiero que esté allí, papá; no quiero que esté allí.»
¿Qué hijo mío?, ¿Qué?
«Papá, yo no quiero que los ángeles escriban en el Libro de Dios, todas las cosas malas que hice hoy. No quiero que estén allí. Quisiera que se pudieran borrar». Y, muy afligido, rompió a llorar nuevamente.
¿Qué hacer? ¿Dejarlo abandonado? La tristeza le quebrantaba el corazón; era imposible. En las enseñanzas incrédulas, no había ayuda para este caso, ni siquiera consuelo, de manera que tuve que acudir a las enseñanzas bíblicas de mi querida madre.
«Bueno, no necesitas llorar; si quieres, todo puede ser borrado».
«¿Cómo papá, cómo? Preguntó.
«Pues, ponte de rodillas y le pides a Dios que lo borre el amor de Jesucristo, y lo hará».
No fue necesario decírselo dos veces. Saltó de la cama, e inmediatamente se puso de rodillas. Quedó en silencio por unos minutos; pero, luego levantó la cabeza y me dijo:
«Papá, yo no sé que decir, ¿no quieres ayudarme?
¿Qué iba a hacer? Durante años, jamás había elevado una oración a Dios; pero la aflicción de mi pequeño era tal, que, hombre como era, me arrodillé al lado de mi hijo y le pedí a Dios que quitara sus pecados. Luego nos levantamos y él se acostó de nuevo. A los pocos momentos me dijo:
«Papá, ¿estás seguro que está todo borrado?
Entonces, a pesar de mi incredulidad me vi obligado a decirle:
«Pues sí, mi hijito, la Biblia lo dice. Si de veras estás triste por haber sido malo y lo pediste de todo corazón a Dios que te perdone, por amor de Cristo, El lo hace».
Una sonrisa de satisfacción pasó por su rostro al preguntar: «Papá, ¿y con qué lo borraron los ángeles?».
Y, nuevamente, haciendo a un lado mi incredulidad le respondí:
«Con la preciosa Sangre de Cristo».
Entonces, se quedó dormido. Al entrar en nuestra habitación y relatarle lo sucedido a mi esposa, ambos nos conmovimos. Llorábamos como niños; y, juntos nos arrodillamos y le pedimos a Dios que perdonara nuestros pecados y nos hiciera sus hijos.
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