En este Salmo, nuestro texto es contrastado con el mal de la época. El Salmista se queja «porque se acabaron los piadosos; porque han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres.» Era una gran aflicción para él, y no encontró consuelo excepto en las palabras del Señor. ¡Qué importa que los hombres fallen: la Palabra de Dios permanece! ¡Qué alivio es abandonar la arena de la controversia para ir a los verdes pastos de la revelación! Uno siente lo que Noé sintió, cuando, encerrado en el arca, ya no vio más la muerte y desolación que reinaban fuera. Vive en comunión con la Palabra de Dios, y entonces, aunque no tengas amigos cristianos, no te faltará compañía.
Más aún, el versículo presenta todavía un mayor contraste con las palabras de los inicuos cuando se rebelan contra Dios y oprimen a Su pueblo. Ellos decían: «Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios son nuestros; ¿quién es señor de nosotros?» Se jactaban, se enseñoreaban, amenazaban. El Salmista se alejó de la voz del jactancioso y acudió a las palabras del Señor. Vio la promesa, el precepto, y la doctrina de la verdad pura, y éstos le consolaron mientras los demás hablaban pura vanidad, cada uno con su vecino. Él no tenía tantas palabras del Señor como las que poseemos ahora: pero lo que él había hecho suyo por medio de la meditación, lo valoraba por encima del oro más preciado. En la buena compañía de aquellos que habían hablado bajo la dirección divina, era capaz de soportar las amenazas de quienes le rodeaban.
Así, querido amigo, si en algún momento te corresponde estar en un lugar donde son despreciadas las verdades que amas tanto, regresa a los profetas y a los apóstoles, y escucha a través de ellos lo que Dios el Señor hablará. Las voces de la tierra están llenas de falsedad, pero la palabra del cielo es muy limpia. Hay una buena lección práctica en la posición del texto; apréndanla bien. Hagan de la Palabra de Dios su compañía diaria, y entonces, cualquier cosa que pudiera agraviarlos en la falsa doctrina de la hora, no los conducirá a un abatimiento demasiado profundo; pues las palabras del Señor sostendrán el espíritu.
Mirando al texto, ¿acaso no les impacta como una maravillosa condescendencia, que Jehová, el infinito, decida utilizar palabras? En Su sabiduría, Él ha establecido esta manera de comunicación de unos con otros; pero en cuanto a Él, Él es espíritu puro e ilimitado: ¿comprimirá Sus gloriosos pensamientos en un estrecho canal de sonido, y oído, y nervio? ¿Debe la mente eterna usar palabras humanas? El glorioso Jehová habló mundos. Los cielos y la tierra fueron las expresiones de Sus labios. En cuanto a Él, parece más de acuerdo con Su naturaleza, hablar tempestades y truenos que inclinarse a las humildes vocales y consonantes de una criatura del polvo. ¿Se comunicará Él verdaderamente con el hombre a la propia manera del hombre? Sí, Él condesciende a hablarnos utilizando palabras.
Nosotros bendecimos al Señor por la inspiración verbal, de la que podemos decir, «Guardé las palabras de su boca más que mi comida.» No conozco ninguna otra inspiración, ni tampoco soy capaz de concebir alguna que pueda ser de verdadero servicio para nosotros. Necesitamos una revelación clara sobre la que podamos ejercitar la fe. Si el Señor nos hubiera hablado por un método cuyo significado fuera infalible, pero Sus palabras fueran cuestionables, no habríamos sido edificados sino confundidos; pues ciertamente es una ardua tarea extraer el verdadero sentido de palabras ambiguas. Siempre tendríamos temor que el profeta o el apóstol no nos hubieran dado, después de todo, el sentido divino: es fácil oír y repetir palabras; pero no es fácil expresar lo que otro quiere decir, con palabras propias perfectamente independientes: el significado se evapora con facilidad.
Pero nosotros creemos que los hombres santos de antaño, aunque usaran su propio lenguaje, eran guiados por el Espíritu de Dios para usar palabras que también eran las palabras de Dios. El Espíritu divino operaba de tal manera en el espíritu del escritor inspirado, que escribía las palabras del Señor, y por tanto, atesoraba cada una de ellas. Para nosotros «Toda palabra de Dios es limpia,» y también llena de nutrición para el alma. «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» Nosotros podemos declarar de todo corazón con el Salmista, «He dicho que guardaré tus palabras.»
Nuestro condescendiente Dios se agrada tanto de hablarnos con palabras, que se ha dignado llamar a Su Unigénito «El Verbo.» «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros.» El Señor usa palabras, no con renuencia sino con placer; y quiere que nosotros las tengamos también en un elevado concepto, como le dijo a Israel por medio de Moisés, «Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma.»
Creemos que tenemos las palabras de Dios preservadas para nosotros en las Escrituras. Estamos sumamente agradecidos de que esto sea así. Si no tuviéramos las palabras del Señor registradas así, habríamos sentido que vivíamos en un tiempo malo pues ni voz ni oráculo se escucha hoy. Repito que habríamos caído en días malos si las palabras que Dios habló desde tiempos antiguos no se hubieran registrado bajo Su supervisión. Con este Libro ante nosotros, lo que el Señor habló hace dos mil años, virtualmente lo habla ahora: pues «no retirará sus palabras» (Isaías 31: 2).
Su palabra permanece para siempre, pues fue hablada, no para una ocasión, sino para todas las edades. La Palabra del Señor es tan afín a la vida y la frescura eternas, que es muy vocal y poderosa en el corazón del santo de hoy como lo fue para el oído de Abraham cuando la escuchó en Canaán; o para la mente de Moisés en el desierto; o para David cuando la cantaba acompañándose de su arpa.
¡Doy gracias a Dios porque muchos de nosotros sabemos lo que es oír la palabra divina hablada de nuevo en nuestras almas! Por el Espíritu Santo, las palabras de la Escritura vienen a nosotros con una inspiración presente: el Libro no solamente ha sido inspirado, es inspirado. Este Libro es más que tinta y papel; habla con nosotros. ¿Acaso no fue ésa la promesa: «Hablarán contigo cuando despiertes»?
Abrimos el Libro con esta oración, «Habla, Jehová, porque tu siervo oye;» y a menudo lo cerramos con este sentimiento, «Heme aquí; ¿para qué me has llamado?» Sentimos como si la promesa no hubiera sido hecha en tiempos antiguos, sino que está siendo pronunciada por primera vez desde la gloria excelsa. El Señor ha hecho que la Santa Escritura sea Su palabra directa para nuestro corazón y para nuestra conciencia. No digo esto por todos, pero puedo decirlo con seguridad de muchas personas aquí presentes. ¡Que el Espíritu Santo les hable otra vez en este momento!
Al tratar de explicar mi texto, consideraremos tres puntos. Primero, la calidad de las palabras de Dios: «Las palabras de Jehová son palabras limpias;» en segundo lugar, las pruebas de las palabras de Dios: «como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces;» y luego, en tercer lugar, las demandas de estas palabras derivadas de su limpieza y de todas las pruebas que han experimentado. ¡Espíritu eterno, ayúdame a hablar correctamente en lo concerniente a tu propia palabra, y ayúdanos a sentir correctamente mientras escuchamos!
I. Primero, entonces, queridos amigos, consideren LA CALIDAD DE LAS PALABRAS DE DIOS: «Las palabras de Jehová son palabras limpias.»
De este enunciado yo deduzco, primero, la uniformidad de su carácter. No se hace ninguna excepción a ninguna de las palabras de Dios, sino que todas son descritas como «palabras limpias.» No todas son del mismo carácter; algunas son para enseñar, otras son para consolar, y otras para corregir; pero por lo pronto son de un carácter uniforme de tal forma que todas son «palabras limpias.»
Yo concibo que es un mal hábito tener preferencias en relación a la Santa Escritura. Debemos preservar este volumen como un todo. Quienes se deleitan con textos doctrinales, pero omiten la consideración de pasajes prácticos, pecan contra la Escritura. Si predicamos doctrina, ellos claman, «¡Cuán dulce!» Quieren escuchar acerca del amor eterno, la gracia inmerecida y el propósito divino; y me alegra que lo quieran. A tales yo les digo: coman de la grosura y beban de lo dulce; y regocíjense porque hay grosuras plenas de médula en este Libro. Pero recuerden que hombres de Dios en tiempos antiguos, se deleitaban grandemente en los mandamientos del Señor. Sentían mucho respeto por los preceptos de Jehová, y amaban Su ley. Si alguien da la espalda y rehúsa oír acerca de los deberes y ordenanzas, me temo que no ama la Palabra de Dios del todo. Quien no la ama en su totalidad, no la ama del todo.
Fuente: www.spurgeon.com.mx