Evite las trampas que pone el enemigo para obstaculizar nuestra adoración a Dios.
El enemigo detesta que usted adore a Dios. Él quiere impedir que lo alabe. Por eso le va a hacer guerra en su cuerpo con enfermedades. Va a atacar su alma con pesadez y sufrimientos. Satanás va a atacar su mente con pensamientos de maldad, no sólo cuando esté despierto, sino también mientras duerme. La batalla no es sólo personal, sino también corporativa. Toda la Iglesia está en guerra.
¿Por qué se levanta esta guerra contra usted y el Cuerpo de Cristo? En la batalla, el enemigo trata de desviar su atención del llamado de Dios y de su visión para usted. No aparte los ojos de Jesús. Él lo va a liberar. La táctica de Satanás consiste en atacarlo con tanta intensidad que usted aparte los ojos de Jesús, aunque sea por un instante.
Recuerde que no sólo fue llamado al ministerio; también fue creado para adorar a Dios. Es posible que haya estado luchando en esta guerra, sin saber realmente el porqué. Tal vez se sienta como si lo estuvieran distrayendo continuamente para que no adorara a Dios como usted quisiera adorarlo. Quizá hasta se le haga difícil concentrarse en la adoración cuando llega ante el Señor, ya sea de forma corporativa con el Cuerpo de Cristo, o en sus momentos de adoración personal en su casa. Si usted está librando esta batalla en estos momentos, quiero que sepa que Dios lo va a liberar. Él va a poner de nuevo su cántico en el corazón de usted. Lo mejor que Dios tiene para usted se halla aún en el futuro, pero primero tendremos que hacer un poco de limpieza.
La adoración se halla en el núcleo mismo de aquello para lo cual fuimos creados. Dios lo diseñó a usted para que fuera un adorador. Él no quiere que usted se limite a apartar momentos de adoración como parte de su vida. Lo que quiere es que su vida entera se convierta en una adoración dirigida a Él.
La adoración no consiste en un culto en la iglesia, ni en cantar himnos. No la dirigen los cantores ni los instrumentos. Nunca se podrá convertir en una parte de la semana, o una hora del domingo, en las cuales usted hace una pausa en la vida para darle a Dios un tiempo y un dinero simbólicos. La adoración es el enfoque central de su vida que todo lo consume y nunca termina. Es su llamado como hijo de Dios. Es la orientación de su vida, que hace volver su rostro de las empresas y preocupaciones mundanas a Dios. La adoración es una vida totalmente consumida por un apasionado amor a Dios. Es una vida que besa continuamente el rostro de Dios.
Estrategias para adorar
En la tierra de la adoración hay algunos gigantes grandes contra los cuales hay que batallar. Dios le revelará los nombres de esos gigantes, y le dará los planes para que obtenga la victoria. Pero primero necesitamos decidir que vale la pena hacer la guerra por la adoración. Las batallas exigen gran energía y enfoque espiritual. Para salir de ellas victoriosos, no podemos entrar a ellas sin preparación. Necesitamos una estrategia para triunfar.
Nuestra estrategia comienza cuando comprendemos la clase de guerreros que somos. Pablo divide la humanidad en tres grupos: naturales, carnales y espirituales. «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura…En cambio el espiritual juzga todas las cosas…De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo», (1 Co 2:14-15; 3:1). Aunque los corintios eran cristianos, no eran plenamente espirituales; no vivían en una obediencia total al Espíritu. Tampoco eran hombres naturales; gente que no conocía a Cristo. Eran cristianos carnales, que aún vivían en envidias y divisiones, como los que no son salvos.
El hombre natural. El hombre natural ha estado separado de Dios como consecuencia del pecado de Adán. No puede adorarlo, porque no tiene relación alguna con Él. Adora, pero no a Dios. Todos hemos sido creados para adorar. Hay quienes adoran a su trabajo, las personalidades del deporte, el dinero, los espectáculos, las personalidades de la televisión o alguna otra cosa. Para el hombre natural, Dios es «el que está allá arriba», pero carece de una relación personal con Él.
El hombre carnal. El hombre carnal ha sido redimido de la muerte eterna por medio de la fe en la sangre de Jesús. El Espíritu Santo ha venido a vivir en él, pero su carne, cuerpo y alma (mente, voluntad o emociones) lo gobiernan. No puede experimentar una adoración genuina, porque se halla atrapado en las cosas de este mundo. Su relación con Dios sólo es una parte más de su vida. Ha dividido el pastel de su vida en tajadas concretas de diferentes tamaños. Una de las tajadas es su trabajo. En muchos casos, ésta es la tajada mayor de todas. Otra puede ser el matrimonio y la familia. Otra puede ser la diversión, los pasatiempos o el descanso. Y otra es la iglesia y la adoración.
Para el hombre carnal, la adoración es algo que él hace; no algo que es. La adoración es una pequeña tajada de su vida. Tiene un lugar en la vida, pero no es la vida. Por eso, el hombre carnal adora en los cultos y en la iglesia, pero nunca adora en casa con su familia, o en el trabajo mientras labora para ganarse el sustento. O sea, que el hombre carnal considera la adoración como un deber necesario, cumplido por lo general en una o dos horas los domingos. Pregúntele al hombre carnal: «¿Ha adorado esta semana?» Su respuesta va a ser: «Claro que sí. Fui a la iglesia el domingo por la mañana».
El hombre espiritual. Pregúntele al hombre espiritual: «¿Ha adorado esta semana?» La respuesta va a ser muy distinta a la del hombre carnal. El hombre espiritual le va a decir: «Mi semana ha sido una adoración». Entonces, ¿quién es este hombre espiritual? El hombre espiritual es el que se somete por completo al Espíritu Santo. Es un hombre guiado por el Espíritu de Dios.
Puede adorar sin cesar, porque ha sometido su vida entera al Espíritu Santo para que la guíe. Tiene comunión de hijo con el Padre en todo cuanto hace y dice. «Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!», (Gl 4:6). Su anhelo de adorar al Padre es tan intenso el lunes por la mañana, como el domingo. Adora a Dios con tanta pasión en el trabajo y en su casa, como en un culto de la iglesia. En lugar de que una parte de su vida sea adoración, el hombre espiritual halla que toda su vida es adoración.
Las trampas del enemigo
Pablo nos advierte que estemos conscientes de las estratagemas del enemigo, «para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones», (2 Co 2:11). ¿Cuáles son las trampas que pone el enemigo para obstaculizar nuestra adoración, impedir que despegue nuestra alabanza y distraernos, de manera que no amemos a Dios de una forma total y apasionada?
La trampa del orgullo. El orgullo obstaculiza por completo y hace desaparecer la alabanza y la adoración verdaderas. La altivez es nuestro mayor impedimento en la adoración. Es sutil y levanta su fea cabeza cuando menos lo esperamos. Si usted no se cuida, hasta se puede llegar a sentir orgulloso de su humildad.
Si nos sentimos orgullosos de nuestros dones, haremos exhibición de ellos a fin de impresionar a los demás y revelar nuestro secreto deseo de ser aplaudidos. He aprendido mucho observando a otros que están en el ministerio. Por ejemplo, he estado en algunas iglesias donde la gente adoraba su propia adoración a Dios, en lugar de adorar al Dios.
Antes de su exilio, Lucifer dirigía la adoración en el cielo. Era el que más cerca caminaba del trono de Dios, hasta que se volvió orgulloso y quiso ocupar el lugar de Dios (lea Ez 28:14-15).
La trampa de la voluntad propia. La fea gemela del orgullo es la voluntad propia. En Isaías 14:12-14 Lucifer manifiesta esa voluntad: «Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo».
No conjugue ninguno de estos verbos. Su orgullo y su voluntad propia van a tener por consecuencia una caída. Y ahora, clave los ojos en el escenario para ver el gran final; la caída: «Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo», (Is 14:15).
La trampa de la tradición. El hombre inventó la religión para mantener a Dios a una distancia segura. Los humanos sustituyeron la relación con Dios por su religión. Las tradiciones son las cosas que hacemos porque así las hemos recibido de otros. Los principios enseñados por hombres que no tienen sus raíces en la Palabra de Dios, son tradiciones de hombres. Una tradición de hombres enseña a la gente las formas de acercarse a Dios con religiosidad; formas que tienen la apariencia de ser adoración a Dios en el ambiente de una iglesia. Pero la adoración inventada por el hombre sólo es un servicio externo, y con frecuencia el corazón de las personas se halla muy lejos de Él.
La trampa del juicio. Los partidarios de una tradición son rápidos para juzgar y condenar a los partidarios de otra. La gente amiga de criticar siempre está sumergiendo a los que «no son como ellos» en malas noticias. La Palabra dice: «Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo», (Ro 2:1).
La trampa de un espíritu crítico. Es el hábito negativo de hallarles faltas a todas las cosas y a todas las personas. La adoración tiene que ver con las buenas nuevas; no con malas noticias. No nos debemos centrar en las malas noticias que son evidentes en la vida de los demás. Nos debemos centrar en las buenas nuevas de que todos nos estamos convirtiendo en nuevas criaturas en Cristo Jesús. Las críticas hacia otra persona no la van a cambiar. Las personas cambian en la presencia de Dios. En lugar de esto, lo que hay que hacer es orar para que entren en la presencia de Dios.
La trampa de la ignorancia. Hay una forma correcta y otra incorrecta de adorar a Dios. Una vez que hayamos oído la verdad, en realidad nuestra ignorancia ya no tendrá excusa. La falta del conocimiento espiritual para «adorar en verdad», no sólo nos aparta de la verdadera adoración, sino que con facilidad nos puede guiar a una adoración incorrecta que tiene efectos secundarios dañinos. En Oseas 4:6 leemos: «Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento».
La trampa del espíritu religioso. La persona con un espíritu religioso se niega a tener en su vida la plenitud de Dios. Es ella quien quiere controlar a Dios, en lugar de someterle el control de todo a Él.
La adoración verdadera nos hace libres de la esclavitud a unas creencias torcidas y a un sistema religioso falso. Sólo cuando adoramos realmente a Dios, nuestro espíritu es liberado del cautiverio para volar hasta la presencia de Dios.
La trampa de la falta de perdón. Nuestra adoración se ve obstaculizada cuando nos mantenemos sin perdonar a alguien, tanto si la ofensa es real, como si es imaginaria. Para entrar en la presencia de Dios el perdón es imprescindible, no es algo optativo para el verdadero adorador, es un requisito. Jesús proclama que es necesario perdonar: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial», (Mt 6:14).
La trampa de las quejas. Las quejas siempre provocan la ira de Dios. Construyen una muralla de dudas y desconfianza entre nosotros y Su presencia. Se centran en un problema o una persona, en lugar de centrarse en Jesús.
La trampa del chisme. Decir chismes equivale a abandonar el hablar la verdad con amor. Al contrario; el chismoso cuenta todo lo que oye, sin preocuparle nunca a quién hiere, ni cuál es la verdad. Las Escrituras ordenan: «El que anda en chismes descubre el secreto; no te entremetas, pues, con el suelto de lengua», (Pr 20:19).
¿Es su deseo más profundo besar el rostro de Dios con una adoración verdadera? Si lo es, dé estos importantes pasos:
1. Confiese cuanto obstáculo levante un muro entre usted y el Dios viviente.
2. Pida la presencia de Dios para que lo haga más receptivo ante los cambios que Él quiere hacer en su vida.
3. Humíllese ante Dios y ante los demás.
4. Deseche las tradiciones de hombres.
5. En lugar de criticar, dé ánimo.
6. Arrepiéntase de su actitud de no perdonar y tome la decisión de perdonar siempre a los demás, aunque ellos no se arrepientan ni le pidan perdón.
7. Deje de quejarse y comience a alabar.
8. Niéguese a escuchar chismes o a contárselos a otros.
9. Ore así: Señor Jesús, libérame de todos los lazos y trampas del enemigo. Te doy gracias porque moriste por mí para hacerme libre, de manera que pudiera adorarte en espíritu y en verdad. Amén.
Fuente: Vida Cristiana